Una de mis pasiones es el mundo del ferrocarril. Intento evocar e investigar su pasado y cuando puedo disfruto de su presente. Mi madre es natural de Peñarroya y los veranos de mi infancia transcurrieron por sus calles y campos, a la sombra de las ruinas de la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya y cautivado por su mitología.

lunes, 9 de abril de 2012

Memoria y futuro


             Ayer a estas horas regresaba yo de mi viaje a Peñarroya-Pueblonuevo, en la provincia de Córdoba. Es el pueblo en el que se crió mi madre hasta su emigración a los madriles y donde he tenido y sigo teniendo familia. Peñarroya es la patria de mis veranos y su historia es parte de mi historia.
                En compañía de los amigos de la asociación “La Maquinilla” he visitado el Cerco Industrial, donde la Sociedad Minero Metalúrgica de Peñarroya (SMMP) tuvo su centro de operaciones. La experiencia fue apasionante a la par que desoladora. La actividad furtiva de chatarreros y gentes de mal vivir ha ido aniquilando las edificaciones e instalaciones que fueron testigos del auge económico, no sólo de una zona del norte de Córdoba, sino de España misma como nación.








                 Sucede no solamente en Peñarroya-Pueblonuevo, sino en toda España, que los ciudadanos permanecen al margen ante la degradación de su propio patrimonio. ¿Y qué es el patrimonio? Según mi viejo diccionario BOX de la lengua española, patrimonio son los bienes que una persona hereda de sus ascendientes. Tal herencia, en el caso de Madrid por ejemplo, consistió en una extensa red de tranvías dotada de un gran número de vehículos de diferentes tipos. Prácticamente todos fueron exterminados por el soplete y no se conservó ningún mínimo trazado de cara a una explotación turística. Algo parecido ha ido sucediendo con los trenes clásicos del Metro de Madrid, no disponiéndose a día de hoy de un museo en el que poder admirar y disfrutar estos viejos y hermosos ingenios, que en su momento costaron mucho esfuerzo construir y sirvieron a las necesidades ciudadanas. Y si nos alejamos del mundo de la revolución industrial, basta con evocar la cantidad de castillos, atalayas, monasterios y conventos medievales dejados de la mano de Dios e incluso expoliados sus propios muros para edificaciones particulares. En España existe una visión simplista que consiste en que aquello que no da rentabilidad a corto plazo no merece la pena ser preservado y debe ser reciclado. Lástima que esto no se lleve a cabo, con tanta efectividad, con basuras y demás desechos químicos y orgánicos que contaminan nuestros ríos y montes.


                Imaginemos por un momento como sería un Madrid turístico con simplemente dos o tres líneas de tranvías recorriendo su centro, como en Lisboa, o una Peñarroya-Pueblonuevo orgullosa de su preservado, limpio y monumental Cerco Industrial, testigo de lo que sus gentes fueron capaces de hacer con esfuerzo y sacrificio. Mismamente, uno de mis bisabuelos trabajó en las fundiciones de plomo y murió a una edad relativamente joven, intoxicado por los gases que allí se emanaban. Justamente por ello, opino que aquel lugar donde dio su vida debería haber sido conservado y expuesto como ejemplo de lo que fue y de qué no se debe de hacer para respetar la salud de los obreros. Y desde luego, puestos a desmantelar algo, hacerlo en condiciones. Lo que los anteriores dueños del Cerco Industrial han hecho no tiene nombre. Se puede considerar lícito el desmontaje de una instalación en búsqueda de rentabilidad, pero a cambio es éticamente obligatorio limpiar la zona por completo, eliminando fosas y agujeros peligrosos y saneando las tierras contaminadas. Alguna responsabilidad habrá tenido también la Administración, en haberlo permitido.


                Día a día somos testigos de cómo particulares, armados con martillos, sierras y sopletes visitan el Cerco para irse llevando segmentos de estructuras, ladrillos y demás materiales, destrozando naves y edificios. Algunos son de fuera y otros de dentro. Recuerdo la bravura y gallardía con que muchas veces se me ha tratado, en la patria de mis veranos, por el simple hecho de ser yo madrileño, como si por ello acarrease alguna culpa. Ánimo a mantener ese espíritu de territorialidad ante las violaciones infligidas con algo que es el mayor tesoro que ha tenido esta localidad, sin el  cual nunca hubiera existido Pueblonuevo del Terrible y Peñarroya seguiría siendo una modesta y humilde aldea de pastores.


                Yo, al fin y al cabo, vivo en Madrid. Aquí hago mi vida y ahora, en la oscuridad de mi cuarto y ante la luminosidad de mi escritorio, estoy a muchos kilómetros de mis recuerdos en la casa de mis abuelos y los campos del Alto Guadiato. De niño supe lo que era estar enfermo y ser trasladado en ambulancia por una carretera de mala muerte hasta el hospital de Pozoblanco, en un viaje interminable. O disponer tan sólo de dos horas de agua (y encima no potable) durante la sequía de principios de la década de los noventa del siglo pasado. Ah, y hablando de aquello, tener que hacer cola en la fuente de la Poza por la noche para llenar garrafas inmensas con un chorrillo insignificante pero muy valioso.

            
                 Ahora afrontamos tiempos de descalabro económico. Pero no es momento de sucumbir ante el pesimismo y dejarnos hundir en el barro. Hay que luchar por conseguir ser más productivos y saber gestionar mejor nuestros recursos. El Cerco aún puede dar más de sí. Una población que lucha por salir adelante necesita espacios donde desarrollar un ocio sano y sobre todo, no perder su identidad. El Cerco es la identidad misma de Peñarroya-Pueblonuevo. Incluso de parte de quienes hemos nacido y vivido en otros lugares de España y descendemos de aquellos que se dejaron piel y pulmones en las Industrias y las Minas. El Cerco es el testigo de la historia y por tanto la memoria. Y quien no tiene memoria, no tiene futuro.


               

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