Unos
de los aspectos que más me fascinan de la historia de la Sociedad Minera y
Metalúrgica de Peñarroya (SMMP) fue su tremenda actitud de emprendimiento y
rentabilización de los medios materiales con que se encontraron sus gestores.
Al menos en el periodo anterior a la Guerra Civil.
Con
motivo de los trabajos de restauración de la chimenea de “La Yutera” de
Peñarroya-Pueblonuevo, he querido redactar este trabajo. Tales labores están
siendo gestionadas por los amigos de la asociación ciudadana y sin ánimo de
lucro La Maquinilla. Proyecto que no se podría estar llevando a cabo sin los
donativos económicos aportados por ciudadanos. Y me consta que no está siendo
tarea nada fácil.
Para
comprender la importancia que tiene restaurar y poner en valor esta chimenea
creo necesario explicar que fue La Yutera. Que más allá de ser un recinto
compuesto por dos fábricas, una de tejidos y la otra de papel, dentro de ella se
tejieron las vidas de trabajadores y trabajadoras hasta 1968. Y para hablar de
su génesis hemos de alejarnos en el tiempo y el espacio hasta remotas
explotaciones mineras metálicas en la provincia de Ciudad Real.
A
mediados del siglo XIX comenzaron los trabajos en unas ricas minas de galena argentífera
(con altos contenidos de plomo y plata) en el criadero de El Horcajo,
localizado al sur de Ciudad Real en el término municipal de Almodóvar del
Campo. Concretamente en 1858 fueron denunciadas una serie de concesiones
mineras gracias al descubrimiento de afloramientos filonianos en superficie. Empezaron
a excavarse pozos y galerías, y cinco años después ya se empleaban máquinas de
vapor para su desagüe. En 1870 nació la compañía “La Minera Española” que
adquirió más concesiones y aportó más máquinas de vapor de gran potencia. En
1875 llegaron a extraerse 2403 toneladas de galena. Pero hubo dos factores que
desde el principio condicionaron seriamente la viabilidad económica y técnica
de estas minas: el transporte y las aguas subterráneas. En 1876 se empleaban 10
máquinas de vapor de las que 2 de 70 CV se empleaban exclusivamente al bombeo
de las aguas que se filtraban por pozos y galerías. Y cuanto más se
profundizaba, mayor era el problema. Respecto al transporte, tenemos el dato de
que en 1877 se empleaban 85 hombres y 290 caballerías para transportar los
minerales extraídos hasta la estación de Veredas, de la línea de Ciudad Real a
Badajoz. En línea recta, medido con Google Earth, vemos que hay algo más de 20
km entre los dos lugares. Pero tal magnitud debe ser incrementada generosamente
ya que El Horcajo se encuentra enclavado en el centro de una hermosa serranía.
Una vez superada esta, caballerías y arrieros debían de cruzar todo el Valle de
Alcudia y salvar otra modesta cadena de montes hasta llegar al mencionado ferrocarril.
Y por este mismo camino se debían de transportar, en sentido contrario, el
carbón procedente de Peñarroya con que se alimentaban las máquinas de vapor y
madera portuguesa para el entibado de galerías. Como dato, en 1874 se
consumieron 2612 toneladas de carbón procedente del Valle del Guadiato. No
obstante, las explotaciones continuaron creciendo llegando a extraerse, en 1903,
13.423 toneladas de galena gracias al empleo de 920 obreros. Desde 1882 el
Banco de París era el propietario de las minas, para cuya explotación creó en
1904 la “Sociedad Minero Metalúrgica del Horcajo”. Pero la emanación de agua
seguía siendo un problema cada vez mayor. Sobre todo cuando se llegaron a
perforar pozos y galerías a más de 500 metros de profundidad. Las máquinas de
vapor no daban abasto con los caudales en torno a 10.000 metros cúbicos de agua
al día. Una solución hubiese sido instalar más bombas y máquinas de vapor, con
sus correspondientes costes fijos. A lo que se hubiese tenido que sumar el
aumento en los costes variables por el mayor consumo de carbón, mediante los
rudimentarios medios de transporte por tracción sangre descritos. Y es aquí en
donde apareció la SMMP, que pasó a gestionar las instalaciones mediante la
constitución de la “Nueva Sociedad de las Minas de Horcajo”, como solución
económica y administrativa. Y la cuestión del agua se resolvió mediante la
llegada de la nueva fuerza que estaba reconfigurando la industria a nivel
mundial: la electricidad. Se instalaron bombas centrífugas movidas por motores
eléctricos de gran potencia. La energía llegó desde la misma Peñarroya a través
de una línea eléctrica de corriente alterna trifásica en alta tensión. La
cuestión del transporte vino a ser remediada en 1907 mediante el tendido de un
ferrocarril, de vía de 60 cm, que comunicó El Horcajo con la localidad
cordobesa de Conquista. Allí los minerales eran transbordados al ferrocarril de
vía métrica que llegaba hasta la fundición de Pueblonuevo del Terrible. Pero poco
después hubo un giro dramático de los acontecimientos y, en 1911, cuando se
empleaban casi 1000 trabajadores y las galerías habían alcanzado los 600 metros
de profundidad, los filones metálicos se agotaron. En 1912 cesaron los
trabajos, quedando tan solo 155 trabajadores para el mantenimiento de las
instalaciones.
De
forma paralela a lo acontecido en El Horcajo durante aquellos años, a unos 15
kilómetros (en línea recta) en dirección noroeste del casco urbano de Almodóvar
del Campo, SMMP explotaba las minas de San Quintín. En una de ella, “San
Froilán”, además de plata y plomo se obtenía mineral con un buen contenido de
cinc. Para su rentabilización SMMP decidió crear en Pueblonuevo del Terrible
una modesta fábrica metalúrgica compuesta por cuatro hornos: dos de tostación y
dos de reducción en retortas horizontales. Aunque no deficitaria, la
rentabilidad obtenida por esta instalación industrial no fue cuantiosa. Entró
en funcionamiento en 1907, pero la competencia ofrecida por la Real Compañía
Asturiana de Minas en cuanto a venta de cinc era enorme. Además, el volumen de
materia prima obtenido era pequeño. En las formaciones filonianas de Sierra
Morena, Extremadura y La Mancha el cinc raras veces aparece asociado con el
plomo. Se llegó a un acuerdo con el mencionado competidor para refinar el cinc
fundido por SMMP en su factoría de Arnao, salvo una parte empleada en el
proceso físico-químico para separar la plata del plomo. Pero resulta que esta
humilde fábrica de Pueblonuevo contó a partir de 1910 con un taller para la
obtención de ácido sulfúrico a partir de bióxido de azufre que se desprendía en
la tostación de las minerales de cinc, llamados blendas. En vez de dejar
escapar estos compuestos químicos a la atmósfera, SMMP volvió a aplicar
criterios de rentabilidad y sostenibilidad. Pero el ácido obtenido resultaba
poco competitivo en mercados alejados del Valle del Guadiato, por culpa de los
costes de transporte. Por este motivo la producción de ácido sulfúrico se enfocó
en la elaboración de otros dos productos químicos: óleum y superfosfatos. Los
segundos comenzaban a ser demandados en aquella época por los agricultores
españoles. Y para su venta era conveniente un buen empaquetado en sacos y
embalajes de papel o tela.
Hemos
de regresar a El Horcajo y su dramático destino en 1912. No creo que SMMP fuera
consciente de lo que iba a suceder cuando había decidido adquirir estas minas
unos años antes. O si, quien sabe. El caso es que tuvo que hacer frente a la situación.
Y mal vender y salir corriendo no fue la opción escogida. Dentro del activo absorbido
se incluía una finca rústica de 6919 hectáreas, dentro de la que quedaban
descartados posibles explotaciones mineras. Se extendía por las propiedades de
los quintos de Navarillo, La Garganta, Los Cerros y el Horcajo. Los técnicos de
SMMP, bajo los preceptos emprendedores de Charles y Fréderic Ledoux, se
complicaron la vida y plantearon el aprovechamiento de aquellos parcelas
mediante su reconversión en zonas de cultivo. Es más, se procedió a la compra
de más terrenos. Entre ellos Matas Hermosas, Navaquemada, Añoras y Torneros.
Finalmente la finca pasó a tener una extensión de 15600 hectáreas dentro de los
términos municipales de Almodóvar del Campo y Brazatortas. A partir de entonces
sería designada como finca de La Garganta.
En
1912, el año del cierre de las minas del Horcajo, se puso en marcha un servicio
forestal bajo la dirección facultativa de un ingeniero de montes. Los parajes
agrestes fueron repoblados con pinos y eucaliptos. Las zonas de monte bajo
fueron roturadas de cara al cultivo agrícola, mientras se construían viviendas,
caminos, sistemas de riego y otros servicios.
Para
los trabajos de limpieza y obras de explanación, construcción de caminos y canales,
SMMP trasladó a la zona tractores de vapor. Ingenios apenas visto hasta el
momento en aquella España económicamente atrasada.
La
Garganta se extendía por una meseta bien expuesta a la radiación solar. Con una
altitud media de 650 metros y con picos que superan los 1000, reunía
condiciones excepcionales para la selvicultura y cultivos agrícolas. Se
complementaba además con un bello parque natural, rico en agua y caza mayor. Su
riqueza hidrológica dio lugar a la construcción de una presa por parte de la
SMMP y una red de abastecimiento que, con una longitud superior a cien
kilómetros, llegó hasta el mismo Pueblonuevo. En cuanto a la actividad
cinegética, ha sido y es objeto de codicia hasta nuestros días.
Según
podemos saber gracias a la Revista Minera, en 1913 SMMP decidió reducir los
gastos en compra de sacos para el empaquetado de los superfosfatos,
fabricándolos ella misma. Para ello crearía una sociedad filial denominada “Sociedad
Española de Tejidos Industriales”. El mismo medio de comunicación daba a
conocer en 1916 que ya estaban montadas las fábricas de papel y tejidos.
Las
principales materias primas fueron aportadas por la finca de La Garganta. Así
se logró reorientar el uso de medios técnicos y humanos tras el tropiezo
empresarial sufrido con el agotamiento de los criaderos de El Horcajo. El mismo
ferrocarril de ancho 60 cm tendido para el transporte de minerales sirvió para
dar salida a materias agrícolas y forestales.
Con
el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, SMMP comenzó a experimentar
un fuerte incremento en sus negocios, merced a las necesidades industriales de
los países beligerantes y de la neutral España. Fue la primera gran guerra
mecanizada de la era industrial. Y que como todos sabemos, sirvió de matadero
para millones de hombres europeos. Gran parte de ellos trabajadores
industriales. Es aquí donde volvió a tomar protagonismo el papel de la mujer al
frente de la industria. Al contrario que en etapas previas de la Revolución
Industrial, esta vez lo hicieron bajo dogmas Tayloristas. Desde las cúpulas
directivas se observó la ventaja que aportaba el empleo de mano de obra
femenina. Las condiciones técnicas y la existencia de máquinas automáticas,
junto con la estricta aplicación de la división del trabajo, ya no hacía necesario
el uso de mano de obra ruda y altamente cualificada. Se podía reemplazar a
obreros por mujeres que en cortos plazos de tiempo lograban instruirse en las
tareas a ejecutar. Este criterio respecto a la mano de obra femenina fue
aplicado por SMMP para sus nuevas fábricas de papel y productos textiles,
siendo junto con los lavaderos de carbón las únicas instalaciones industriales en las que SMMP empleó a mujeres.
La
primera planta en terminarse fue la textil, en 1917. Bajo una cubierta con
forma de diente de sierra, 50 grupos productivos comenzaron a funcionar con
éxito. Esta tipología de nave industrial compuesta por módulos en diente de
sierra acabó convirtiéndose en uno de los arquetipos del paisaje industrial. Su
diseño responde a la búsqueda de una formulación arquitectónica apropiada para
las necesidades industriales, logrando una adecuada iluminación y ventilación
de los grandes espacios productivos. Es un tipo de cubierta que venía siendo
ensayada desde mediados del siglo XIX, frecuentemente vinculada a talleres
textiles. Una deficiente iluminación artificial termina generando, junto con
otros factores, graves carencias en materia de seguridad y salud laboral.
En
1918 entró en servicio la fábrica de papel. Una vez que llegaban las materias
vegetales a la planta, comenzaba el proceso de fabricación. Este se dividía en
cuatro etapas fundamentales: obtención de la pulpa, elaboración de la fibra,
prensado y secado. Los productos químicos eran suministrados por mismas factorías
ubicadas a pocos metros, dentro del Cerco. Solamente era necesario importar la
cola o engrudo, desde la península escandinava. El producto final era papel
Kraft para la manufactura de sacos y embalajes.
Ambas
plantas alcanzaron su pleno funcionamiento en 1918, una vez terminada la
Primera Guerra Mundial. Según datos aportados por la Estadística Minera de
España, en 1919 fueron producidas 249.746 toneladas de papel de embalaje y 412.650
de sacos. Los productos que acababan conteniendo eran superfosfatos, productos
químicos y minerales. La misma publicación explica que los tejidos se
elaboraban a base de papel cortado mecánicamente en finas tiras. Estas se retorcían
formando finos cordones que posteriormente eran enrollados en bobinas. Éstas
eran pasadas a los telares mecánicos en donde se elaboraban los tejidos
mediante métodos ordinarios. Por otro lado, al papel destinado a embalaje se le
forraba con una fina capa de algodón, dotándolo así de mayor consistencia.
Estas dos fábricas, muy
vinculadas entre sí como acabamos de ver, fueron levantadas en una parcela de
unos 85200 metros cuadrados dentro de la demasía Santa Rosa, junto a las
demarcaciones mineras de El Chimbo y La Terrible. Justo en frente del Cerco, el
gran espacio en donde SMMP concentró sus mayores activos industriales de la
zona. Ambas estuvieron completamente electrificadas desde el principio, dado
que SMMP contaba con una central termoeléctrica ubicada en el vecino Cerco.
Desde ella la compañía suministró electricidad a sus industrias y explotaciones
mineras dentro y fuera del Valle del Guadiato. La existencia de una chimenea junto
a las antiguas instalaciones de la papelera se justifica por la etapa de secado
del papel. Para tal efecto se empleaban carbones de mala calidad que eran poco
competitivos fuera de las demandas internas de SMMP.
Buen aporte y excelente trabajo Antonio. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias José Manuel. Me alegra que te haya gustado.
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